Después del ataque a Yugoslavia, independientemente de cómo acabe esa «guerra», el mundo ya no será el mismo. El orden antiguo ha sido derrumbado. El nuevo todavía no ha surgido. Todos perderán, pero sobre todo —y merecidamente— los EE.UU. y la OTAN.
El ataque armado a un estado soberano, sin previa declaración de guerra, significa la violación de la norma básica de la Carta de las Naciones Unidas. La OTAN puede, por supuesto, destruir la ONU, pero no puede suplirla. La única alternativa que le queda a la ONU es la anarquización de las relaciones internacionales. La justificación de la intervención armada está poco clara, y más bien recuerda la doctrina de Brezhnev. Los propagandistas de las fuerzas de intervención dicen: el gobierno de Serbia ha declarado la guerra a sus propios ciudadanos, de modo que hemos tenido que intervenir en su defensa. Con la misma lógica se podría decir que una parte de los habitantes de Kosovo, al iniciar la sublevación armada, ha declarado la guerra a su propio estado. La catástrofe humanitaria, es decir, la fuga en masa de la población, se produjo después de la intervención. Este es un típico conflicto étnico y de guerra civil. Tomando parte en este conflicto, los EE.UU., asistidos (libremente o por coacción) por una parte de los estados de la OTAN, se han atribuido las competencias de gobierno, de justicia y de policía mundiales al mismo tiempo. Es una usurpación peligrosa y, a la vez, irrealizable. El intervenir en un asunto de tal envergadura queda fuera de las posibilidades incluso de los estados más ricos y avanzados tecnológicamente. Pueden intervenir solamente de una manera selectiva, es decir arbitrariamente.
Una consecuencia inevitable del ataque de la OTAN a Yugoslavia será el crecimiento del temor y de la inseguridad en todo el resto del mundo, no solamente en los estados opositores a los EE.UU. sino también entre sus partidarios. Es significativa la posición de distanciamiento del gobierno de Israel ante la pacificación de los Balcanes. En el mundo contemporáneo existen muchos focos latentes de conflictos étnicos o de guerras civiles, sin embargo, universalmente se pone por encima la soberanía del estado, más allá de la democracia y de los derechos del hombre. Se puede esperar, pues, una nueva ola de antiamericanismo en todo el mundo, sobre todo entre las naciones jóvenes, con un fuerte componente nacionalista. Será un movimiento en defensa de la ONU y, al mismo tiempo, en defensa de las bases del derecho internacional.
En su "guerra del desierto" contra Irak, pero con mayor fuerza en su expedición contra Yugoslavia, los EE.UU. enviaron otra señal peligrosa al mundo. Han descubierto su talón de Aquiles: la llamada "opción cero" en cuanto a daños propios, motivada por el hedonismo de su opulenta sociedad de consumo. Pero esta "opción cero de daños propios" arrastra varias consecuencias peligrosas. En primer lugar, garantiza la seguridad y la inmunidad a los fuertes; en cambio expone a los pobres a que sufran "pacificaciones" que quedan impunes. En segundo lugar, legaliza el terror como método de llevar la guerra. En Yugoslavia, los estados participantes en la intervención, con el fin de evitar daños propios, han convertido en rehenes a la población civil y los bienes de un país castigado por bombas y cohetes. Los serbios también han tomado rehenes, en este caso a los albaneses kosovares, también los asesinan y mortifican. Pero los serbios se han equivocado en cuanto que han elegido rehenes no suficientemente valorados. Los estados occidentales sacrificarán tranquilamente a los albaneses, y luego tranquilizarán su conciencia recogiendo donativos para ellos y organizando la ayuda humanitaria.
La señal quedará recibida y descifrada. En el futuro, los candidatos a víctimas de una expedición de castigo, se procurarán rehenes de más valor. Sobre todo, si se tiene en cuenta que entre los potenciales clientes de la cruzadas armadas americano-otanistas, organizadas en nombre de la propagación de los valores humanitarios, son mayoría las sociedades proclives a instintos suicidas y que saben —además de dar muerte— morir. Las cruzadas llegarán a ser peligrosas.
La neófita propaganda pro OTAN de Polonia, con motivo de la guerra de los Balcanes, anuncia la caída final de Rusia como potencia mundial. Es un triunfalismo precipitado e irreflexivo. Ciertamente, Rusia muestra síntomas de debilidad pero se deben más a una parálisis que a la impotencia. Aún así, en esta situación concreta, la política del gobierno ruso parece del todo razonable. Permitiendo a los EE.UU. y a sus aliados sumirse, cada vez más, en una política arriesgada y desesperada, se hace pagar cara su "pasividad" y se apresta a recoger los beneficios políticos de la inevitable ola de antiamericanismo en el mundo. Seguramente procurará "reforzar" discretamente a los potenciales destinatarios de las futuras pacificaciones.
Sin embargo, el mayor peligro, el más real, puede surgir en la zona de presencia de armas nucleares. En la nueva situación, no pocos países, sobre todo del llamado Tercer Mundo, querrán disponer de armas nucleares, aunque sea en cantidades simbólicas y con fines de chantaje, y Rusia y China ya no se opondrán decididamente a ello. Durante unas décadas, a pesar de la guerra fría, se ha podido preservar, con eficacia, la exclusividad del club nuclear de los cinco, principalmente gracias a la convergencia de intereses en esta cuestión de todos sus miembros. Ahora puede ser diferente.
¿Por qué el gobierno de los EE.UU., una gran potencia democrática, se ha decidido por una política tan arriesgada? Es difícil comprenderlo. Los generales y los fabricantes de armas buscaban urgentemente alguna nueva "misión" para la OTAN, la cual, después del fin de la guerra fría, se ha encontrado en un callejón sin salida. De los generales no se puede esperar mucha imaginación, pero ¿de los políticos? Parece ser que la personalidad de Bill Clinton ha influido fatalmente en el curso de los acontecimientos. Clinton fue elegido presidente gracias a sus cualidades para los «media», simplemente gustó a los telespectadores. Sus peripecias personales en la Casa Blanca y esta acción armada contra Yugoslavia han mostrado, sin embargo, que es un político sin imaginación y sin el sentido de responsabilidad, —que la imaginación inspira— por las consecuencias inminentes de sus actos.
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