Aspecto económico [del conflicto balcánico]

Comentario de Wladyslaw Baka, en la Revista Social «DZIS», nº 104 (mayo 1999), págs. 5-6.

Los ataques de las fuerzas de la OTAN a Yugoslavia no son evaluados uniformemente en sus aspectos morales y políticos. Hasta ahora no han traído nada bueno. Han ocasionado sufrimientos a los que pretendían proteger y han agudizado las tensiones y los odios interétnicos entre los habitantes de Kosovo. Una vez iniciados los bombardeos, se ha producido un éxodo masivo de la población albanesa de esta provincia. Esto se debe, en gran medida, a la política de represión e imposición realizada por la administración serbia, pero también ha contribuido el miedo de la población civil ante los golpes de la guerra, tanto desde el aire como desde tierra, perpetrados por los tres bandos: el de la OTAN, el del gobierno yugoslavo y el llamado Ejército de Liberación de Kosovo. No podemos olvidar —como si nada ocurriera— las consecuencias de los bombardeos dirigidos contra «objetivos estratégicos» en otras regiones de Yugoslavia. Hay que ser realmente ingenuo para creerse los comunicados del Cuartel General de la NATO cuando dicen que las víctimas civiles de los bombardeos podrían contarse con los dedos de una mano. Los medios de comunicación no ayudan a la formación de una opinión acerca del estado real de las cosas en Yugoslavia. Por cierto, probablemente en ninguna otra ocasión los medios de comunicación de masas, tanto los globales —CNN y Sky News— como los nacionales [nota: se habla de los medios polacos] hayan demostrado con tanta nitidez su parcialidad en la valoración de los hechos y en el sometimiento propagandístico.

En un artículo, lleno de pasión, sobre el tema de Kosovo («Newsweek», 12 de abril de 1999), Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz, llama al orden —con mucha severidad—  a los críticos con la decisión de bombardear Yugoslavia. «Los que critican los ataques a Milosevic —escribe— afirman que a los EE.UU. no les interesa enviar sus tropas a la ex Yugoslavia. Es posible que esto sea cierto desde el punto de vista económico y geopolítico. Sin embargo, la grandeza de una nación se mide no por el nivel de bienestar alcanzado o por su fuerza militar, sino por su compromiso en la realización de las bases morales». Estas bellas palabras exigen un comentario, porque alguien podría llevarse la impresión de que la implicación militar tendrá como consecuencia el empeoramiento de la situación económica de los EE.UU., como si fuera una especie de pago necesario por la realización de esos nobles objetivos.

Lo cierto es que los hechos hasta ahora acontecidos nos llevan a la conclusión de que no es así. E incluso, que sucede lo contrario. De todos los períodos de gran implicación militar en guerras y conflictos, la economía americana ha salido fortalecida. Así sucedió en el caso de la primera guerra mundial, a resultas de la cual los EE.UU. ocuparon el primer puesto en cuanto al poderío económico; así sucedió también en el caso de la segunda guerra mundial, desde la cual data la dominación absoluta de los EE.UU. en materia financiero-económica. De un modo parecido, la guerra de Vietnam contribuyó a reavivar algunas tendencias económicas que se encontraban estancadas. Es cierto que en el momento presente la economía americana goza de buena salud y no parece necesitar de estímulos bélicos, pero si miramos desde el punto de vista del crecimiento económico, éstos pueden resultar favorables. Porque esta es la naturaleza de la economía: para ella el factor que limita el desarrollo es la imposición de barreras a la demanda. Los gastos militares ayudan sobremanera a vencer esta barrera. Esta cuestión, desde hace tiempo, es objeto de estudios de los economistas y de los políticos y es aprovechada por los lobbies de la industria de armamentos para influir en la política.

Al inicio de la década de los 60, por iniciativa de U Thant, entonces Secretario General de la ONU, un equipo compuesto por los más destacados economistas del mundo (lo conformaban, entre otros, W. Leontieff y P. Samuelson de los EE.UU., J. Tinbergen de Holanda, O. Lange de Polonia) presentó un informe que evaluaba las consecuencias de un hipotético desarme mundial. La conclusión general rezaba así: si no se producen cambios esenciales en la mentalidad de las sociedades desarrolladas, de tal manera que éstas estén de acuerdo en financiar, por la vía del presupuesto nacional, objetivos civiles (p.ej. programas sociales, ayuda masiva a los países subdesarrollados, protección del medioambiente, la conquista del espacio) en vez de gastar en armamento, entonces el desarme universal puede conducir al hundimiento económico de los países que se caracterizan por una barrera en la demanda, es decir, en los países capitalistas altamente desarrollados, y sobre todo en los EE.UU. Aconsejaban, pues, los expertos emprender acciones conducentes a la consecución de esa aprobación social respecto al cambio de sentido de los gastos presupuestarios. En el informe, se resaltó, al mismo tiempo, que en las economías del tipo socialista donde, por regla general, existe la barrera en la oferta (falta de productos y de servicios), el desarme puede traer rápidamente resultados favorables para el crecimiento económico y el nivel de consumo de la población.

Las propuestas formuladas en el informe influyeron, de alguna manera, en la configuración de la política tanto exterior como interior. El efecto contrario que causaban los gastos militares en la economía de los estados socialistas, a diferencia de lo que ocurría en los estados capitalistas, empujaba a los círculos políticos de los EE.UU. a la carrera de armamentos (p.ej. el llamado "programa de la guerra de las estrellas", en los años 80), porque así ayudaban a la destrucción de la U.R.S.S. y del sistema socialista en Europa.

Se puede pensar que ahora, después de haberse instalado el capitalismo en todo el continente, desaparecerá el mecanismo que da vida a esta coyuntura. Pero resulta que no tiene por qué ser así. En vez de las desavenencias de naturaleza ideológica, —las cuales, por suerte, no desembocaron en un conflicto armado en Europa durante el pasado medio siglo— han aparecido conflictos de carácter étnico, y el mecanismo sigue funcionando. Los bombardeos no influirán negativamente en las economías nacionales de los países que participan en esta operación, a excepción, naturalmente, de la propia Yugoslavia. Miles de bombas y cohetes lanzados, éstos a precio de 1-2 millones de dólares cada uno, aviones derrumbados, a 500 millones de dólares, así como otras pérdidas en el equipamiento militar, habrán de ser restituidas rápidamente y con propina. Será inevitable, pues, el correspondiente crecimiento de los encargos a la industria de armamentos. Esto afecta, sobre todo, a los EE.UU., cuya participación en la guerra es predominante. ¿Alguien en el Congreso osará cuestionar el aumento de los gastos presupuestados con estos fines?

La influencia de la guerra en los Balcanes sobre la coyuntura económica es ya visible. Basta echar una mirada al rápido crecimiento de los valores bursátiles en las bolsas de Nueva York, de Londres, de París, de Frankfurt, y también de Varsovia, que se ha notado desde el 24 de marzo de este año, es decir, desde el comienzo de los bombardeos sobre Yugoslavia. Resulta especialmente desalentador que el crecimiento de los ingresos y la felicidad de unas personas —inversores en bolsa— se pague con sufrimientos y desgracias de centenares de miles de otras personas, las de Kosovo, de Belgrado, de Novi Sad etc.

Compartiendo plenamente la posición, tomada tanto por el Vaticano como por Moscú, de que el conflicto de Kosovo se puede resolver solamente por vía política, deberíamos formular ex ante, como una de las condiciones básicas de un acuerdo de conjunto, el compromiso de la sociedad internacional para una rápida y plena reconstrucción y reparación de los daños de guerra tanto en Kosovo como en otras regiones de Yugoslavia.

Copyright for spanish version: Ricardo Delibes

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